sábado, 11 de outubro de 2014

San Juan XXIII - El Papa De La Bondad - Fiesta Octubre 11


San Juan XXIII - El Papa De La Bondad - Fiesta Octubre 11

viernes, 10 de octubre de 2014|
SAN JUAN XXIII (1881-1963)

Textos de L'Osservatore Romano

Nació en el seno de una familia numerosa campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de "papa bueno". Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre.


Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.

Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.


De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.

En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: San Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), San Francisco de Sales y el entonces Beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.


En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.

En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo Central de las Obras Pontificias para la Propagación de la Fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era:

«Obediencia y paz»
Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.

En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.


Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.

En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.


Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.

Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó:

«El Papa de la bondad»
Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.

Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.

Oración a San Juan XXIII

San Juan XXIII

Dios, Padre amado,
que nos diste
como Santo Padre
a San Juan XXIII,
llamado por todos
el Papa de la paz
y el Papa bueno,
te pedimos, Padre,
por su intercesión
ser portadores en esta tierra
del don maravilloso
de tu paz y ser por tanto
hombres y mujeres de diálogo,
comprensión y tolerancia.

Ayúdanos, Señor,
a ver a todos los que nos rodean
como hermanos e hijos
de un mismo Dios
y a buscar en todo
momento el entendimiento
sin desvirtuar tu luz y tu verdad.

Queremos, como San Juan XXIII,
que nos reconozca el mundo entero
porque, como discípulos tuyos,
nos amamos unos a otros.

Gracias por este ejemplo de virtudes.
Y unidos a todos los santos del Cielo
y en especial a este Papa bueno,
te suplico, Padre, esta gracia
particular que necesito (.......).
Gracias te doy de antemano, Señor,
porque estoy seguro de que me
será concedida por el ruego
de tan gran intercesor.
Amén.

Padre nuestro, Avemaría y Gloria.

Fuente - Texto tomado de FRANCISCANOS.ORG:

Fuente - Texto tomado de NEWS.VA ESPAÑOL:

sexta-feira, 16 de maio de 2014

SÃO JOÃO XXIII :SOBRE O SACERDÓCIO

 
CARTA ENCÍCLICA
SACERDOTII NOSTRI PRIMORDIA
DO SUMO PONTÍFICE
PAPA JOÃO XXIII

AOS VENERÁVEIS IRMÃOS PATRIARCAS,
PRIMAZES, ARCEBISPOS, BISPOS
E OUTROS ORDINÁRIOS DO LUGAR
EM PAZ E COMUNHÃO COM
A SÉ APOSTÓLICA
E A TODO O CLERO E FIÉIS
DO ORBE CATÓLICO

SOBRE O SACERDÓCIO
NO CENTENÁRIO DA MORTE
DO SANTO CURA DE ARS

PRÓLOGO

Coincidências significativas

1. As puríssimas alegrias que acompanharam copiosamente as primícias do nosso sacerdócio estão para sempre associadas, em nossa memória, à emoção profunda que experimentamos a 8 de janeiro de 1905 na Basílica Vaticana, por ocasião da gloriosa Beatificação daquele humilde sacerdote da França que foi João Maria Batista Vianney. Elevados nós mesmos ao sacerdócio havia apenas alguns meses, fomos atraídos pela admirável figura sacerdotal que o nosso predecessor s. Pio X, o antigo pároco de Salzano, era tão feliz em propor como modelo a todos os pastores de almas. E, a tantos anos de distância, não podemos evocar essa recordação sem agradecer ainda ao nosso Divino Redentor, como graça insigne, o impulso espiritual assim impresso, desde o princípio, à nossa vida de sacerdote.

2. Recordamos também que, no mesmo dia dessa beatificação, chegou ao nosso conhecimento a elevação ao episcopado de Mons. Tiago Maria Radini-Tedeschi, o grande bispo que devia, alguns dias depois, chamar-nos ao seu serviço e que foi para nós um mestre e pai muito querido. Foi em sua companhia que, no princípio desse ano de 1905, nos dirigimos pela primeira vez em peregrinação a Ars, a modesta aldeia que o seu santo pároco tornou para sempre tão célebre.

3. Por nova disposição providencial, no ano em que recebíamos a plenitude do sacerdócio, o Papa Pio XI de gloriosa memória, a 31 de maio de 1925, procedia à solene canonização do "pobre cura de Ars". Na sua homilia, o Pontífice comprazia-se em descrever "a frágil figura corpórea de João Batista Vianney, a cabeça resplandecente com uma espécie de coroa branca de longos cabelos, a face emaciada e cavada pelos jejuns, mas em que tão bem se refletiam a inocência e santidade de um espírito tão humilde e tão suave que, logo à primeira vista as multidões se sentiam movidas a salutares pensamentos".[1] Pouco depois, o mesmo Pontífice, no ano do seu jubileu sacerdotal, completava a iniciativa já tomada por s. Pio X quanto aos párocos da França e estendia a todo o mundo o celeste patrocínio de s. João Batista Vianney "para promover o bem-espiritual dos párocos no mundo inteiro". [2]

4. Gostamos de lembrar, estes atos dos nossos predecessores, ligados a tantas queridas recordações pessoais, veneráveis irmãos, neste centenário da morte do santo cura de Ars. Com efeito, a 4 de agosto de 1859, entregava ele a alma a Deus, consumido pelas fadigas de um excepcional ministério pastoral de mais de quarenta anos e rodeado de unânime veneração.

5. Damos, pois, graças à divina Providência, que já por duas vezes se dignou alegrar e iluminar as horas solenes da nossa vida sacerdotal com o esplendor da santidade do cura de Ars, por nos oferecer de novo, desde os primeiros tempos deste supremo pontificado, a oportunidade de celebrar a memória tão gloriosa deste pastor de almas. Não vos surpreenderá, aliás, que, ao dirigir-vos esta carta, o nosso espírito e o nosso coração se volvam especialmente para os sacerdotes, nossos filhos caríssimos, a fim de os exortar a todos instantemente - e sobretudo aos que estão empenhados no ministério pastoral - a meditar os admiráveis exemplos de um irmão no sacerdócio, tornado seu celeste patrono.

Ensinamentos deste centenário

6. São já numerosos os documentos pontifícios que lembram aos padres as exigências do seu estado e os guiam no exercício do seu ministério. Para só mencionar os mais importantes, recordamos de novo a exortação Haerent animo, [3] de s. Pio X, que estimulou o fervor dos nossos primeiros anos sacerdotais, a magistral Encíclica Ad Catholici Sacerdotii [4], de Pio XI, e, entre tantos documentos e alocuções do nosso imediato predecessor sobre o padre, a sua exortação Menti Nostrae, [5] e também a admirável trilogia em honra do sacerdócio, que lhe foi sugerida pela canonização de s. Pio X. [6] Esses textos, veneráveis irmãos, são conhecidos de todos vós. Mas consentir-nos-eis que evoquemos aqui, com a alma emocionada, o último discurso que a morte impediu Pio XII de pronunciar e que ficou como o extremo e solene apelo deste grande Pontífice à santidade sacerdotal: "O caráter sacramental da ordem chancela da parte de Deus num pacto eterno o seu amor de predileção, que exige em troca, da criatura escolhida, a santificação... O clérigo deve ser tido como um eleito entre o povo, cumulado dos dons sobrenaturais e participante do poder divino, numa palavra, um 'outro Cristo'... Já não pertence a si, nem aos parentes e amigos, nem mesmo à sua pátria. Deve consumi-lo um amor universal. Mais ainda, a caridade universal será o seu respiro, os seus pensamentos, a vontade, os sentimentos deixam de ser seus, para serem de Cristo, que é a sua vida".[7] S. João Maria Vianney atrai-nos e impele-nos a todos para estes cimos da vida sacerdotal. E nós somos felizes em convidar para tanto os padres de hoje; porque, se conhecemos as dificuldades que eles encontram na sua vida pessoal e nos encargos do seu ministério, e nos queixamos de que o espírito de alguns ‚ batido pelas ondas deste mundo e entibiado pelo cansaço, contudo a nossa experiência também não ignora a fidelidade corajosa da maior parte e a devoção espiritual dos melhores. A uns e a outros, o Senhor dirigiu, no dia da ordenação, estas palavras de ternura: "Já não vos chamo servos, mas amigos!" [8] Possa essa nossa carta encíclica ajudá-los a todos a perseverar e a crescer nesta amizade divina que constitui a alegria e a força de toda a vida sacerdotal.

Finalidade da encíclica

8. Não é nosso desejo, veneráveis irmãos, abordar aqui todos os aspectos da vida sacerdotal contemporânea; e, seguindo o exemplo de s. Pio X, "não diremos nada que vós não saibais, nada de novo para quem quer que seja, mas simplesmente o que a todos importa rememorar".[9] Com efeito, ao relembrar os traços da santidade do cura de Ars, seremos levado a pôr em relevo alguns aspectos da vida sacerdotal, que em todos os tempos são essenciais, mas que, nos nossos dias, tomam tal importância que julgamos ser nosso dever apostólico insistir neles particularmente, por ocasião deste centenário.

9. A Igreja, que glorificou este padre "admirável pelo seu zelo pastoral e seu ininterrupto desejo de oração e de penitância",[10] tem hoje a alegria, passado um século sobre a sua morte, de o apresentar aos padres de todo o mundo como modelo de ascese sacerdotal, de piedade, e sobretudo de piedade eucarística, modelo enfim de zelo pastoral.

I. ASCESE SACERDOTAL

Conselhos evangélicos e santidade sacerdotal

10. Falar de s. João Maria Vianney ‚ evocar a figura de um padre excepcionalmente mortificado que, por amor de Deus e pela conversão dos pecadores, se privava de alimento e sono, se impunha rudes penitências e, sobretudo, levava a renúncia de si mesmo a um grau heróico. Se é certo que comumente não é pedido a todos os féis que sigam este caminho, a divina Providência dispôs que nunca faltem no mundo pastores de almas que, levados pelo Espírito Santo, não hesitem em encaminhar-se por estas vias, porque tais homens operam com este exemplo o regresso de muitos, que se convertem da sedução dos erros e dos vícios para o bom caminho e a prática da vida cristã! A todos, o exemplo admirável de renúncia do cura de Ars, "severo para consigo e bondoso para com os outros", [11] lembra de forma eloqüente e urgente o lugar primordial da ascese na vida sacerdotal. O nosso predecessor Pio XII, de saudosa memória, no desejo de evitar certos equívocos, não hesitou em precisar que é falso afirmar "que o estado clerical - justamente enquanto tal e por proceder do direito divino - por sua natureza, ou pelo menos em virtude de um postulado da mesma, exige que os seus membros professem os conselhos evangélicos".[12] E o Papa conclui justamente: "O clérigo, portanto, não está ligado, por direito divino, aos conselhos evangélicos de pobreza, castidade e obediência".[13] Mas seria deformar o genuíno pensamento deste Pontífice, tão cioso da santidade dos padres, e o ensino constante da Igreja, acreditar que o padre secular é menos chamado à perfeição do que o religioso. A realidade é totalmente diversa, porque o exercício das funções sacerdotais "requer uma maior santidade interior, do que aquela exigida pelo estado religioso".[14] E se, para atingir esta santidade de vida, a prática dos conselhos evangélicos não é imposta ao padre em virtude do seu estado clerical, não obstante ela apresenta-se a ele e a todos os discípulos do Senhor, como o caminho mais seguro para alcançar a desejada meta da perfeição cristã. Aliás, para nossa grande consolação, quantos padres generosos o compreenderam no presente, não deixando por isso de continuar nas fileiras do clero secular e pedindo a pias associações aprovadas pela Igreja que os guiem e sustentem nos caminhos da perfeição!

11. Convencidos de que "a grandeza do sacerdócio está na imitação de Jesus Cristo",[15] os padres estarão, pois, mais do que nunca, atentos aos apelos do divino Mestre: "Se alguém quiser vir após mim, renuncie a si mesmo, tome a sua cruz e siga-me..." (Mt 16, 24). O santo cura d'Ars, segundo se afirma, "tinha meditado muitas vezes estas palavras de nosso Senhor e esforçava-se por pô-las em prática".[16] Deus concedeu-lhe a graça de se conservar heroicamente fiel a elas; e o seu exemplo guia-nos ainda no caminho da ascese onde ele, resplandeceu brilhantemente pela pobreza, castidade e obediência.LER...

quarta-feira, 30 de abril de 2014

São João XXIII, papa,

 



Nasceu no dia 25 de Novembro de 1881 em Sotto il Monte, diocese e província de Bérgamo (Itália), e nesse mesmo dia foi baptizado com o nome de Angelo Giuseppe; foi o quarto de treze irmãos, nascidos numa família de camponeses e de tipo patriarcal. Ao seu tio Xavier, ele mesmo atribuirá a sua primeira e fundamental formação religiosa. O clima religioso da família e a fervorosa vida paroquial foram a primeira escola de vida cristã, que marcou a sua fisionomia espiritual.

Ingressou no Seminário de Bérgamo, onde estudou até ao segundo ano de teologia. Ali começou a redigir os seus escritos espirituais, que depois foram recolhidos no "Diário da alma". No dia 1 de Março de 1896, o seu director espiritual admitiu-o na ordem franciscana secular, cuja regra professou a 23 de Maio de 1897.

De 1901 a 1905 foi aluno do Pontifício Seminário Romano, graças a uma bolsa de estudos da diocese de Bérgamo. Neste tempo prestou, além disso, um ano de serviço militar. Recebeu a Ordenação sacerdotal a 10 de Agosto de 1904, em Roma, e no ano seguinte foi nomeado secretário do novo Bispo de Bérgamo, D. Giacomo Maria R. Tedeschi, acompanhando-o nas várias visitas pastorais e colaborando em múltiplas iniciativas apostólicas: sínodo, redacção do boletim diocesano, peregrinações, obras sociais. Às vezes era também professor de história eclesiástica, patrologia e apologética. Foi também Assistente da Acção Católica Feminina, colaborador no diário católico de Bérgamo e pregador muito solicitado, pela sua eloquência elegante, profunda e eficaz.

Naqueles anos aprofundou-se no estudo de três grandes pastores: São Carlos Borromeu (de quem publicou as Actas das visitas realizadas na diocese de Bérgamo em 1575), São Francisco de Sales e o então Beato Gregório Barbarigo. Após a morte de D. Giacomo Tedeschi, em 1914, o Pade Roncalli prosseguiu o seu ministério sacerdotal dedicado ao magistério no Seminário e ao apostolado, sobretudo entre os membros das associações católicas.

Em 1915, quando a Itália entrou em guerra, foi chamado como sargento sanitário e nomeado capelão militar dos soldados feridos que regressavam da linha de combate. No fim da guerra abriu a "Casa do estudante" e trabalhou na pastoral dos jovens estudantes. Em 1919 foi nomeado director espiritual do Seminário.

Em 1921 teve início a segunda parte da sua vida, dedicada ao serviço da Santa Igreja. Tendo sido chamado a Roma por Bento XV como presidente nacional do Conselho das Obras Pontifícias para a Propagação da Fé, percorreu muitas dioceses da Itália organizando círculos missionários.

Em 1925, Pio XI nomeou-o Visitador Apostólico para a Bulgária e elevou-o à dignidade episcopal da Sede titular de Areopolis.

Tendo recebido a Ordenação episcopal a 19 de Março de 1925, em Roma, iniciou o seu ministério na Bulgária, onde permaneceu até 1935. Visitou as comunidades católicas e cultivou relações respeitosas com as demais comunidades cristãs. Actuou com grande solicitude e caridade, aliviando os sofrimentos causados pelo terremoto de 1928. Suportou em silêncio as incompreensões e dificuldades de um ministério marcado pela táctica pastoral de pequenos passos. Consolidou a sua confiança em Jesus crucificado e a sua entrega a Ele.

Em 1935 foi nomeado Delegado Apostólico na Turquia e Grécia: era um vasto campo de trabalho. A Igreja tinha uma presença activa em muitos âmbitos da jovem república, que se estava a renovar e a organizar. Mons. Roncalli trabalhou com intensidade ao serviço dos católicos e destacou-se pela sua maneira de dialogar e pelo trato respeitoso com os ortodoxos e os muçulmanos. Quando irrompeu a segunda guerra mundial ele encontrava-se na Grécia, que ficou devastada pelos combates. Procurou dar notícias sobre os prisioneiros de guerra e salvou muitos judeus com a "permissão de trânsito" fornecida pela Delegação Apostólica. Em 1944 Pio XII nomeou-o Núncio Apostólico em Paris.

Durante os últimos meses do conflito mundial, e uma vez restabelecida a paz, ajudou os prisioneiros de guerra e trabalhou pela normalização da vida eclesial na França. Visitou os grandes santuários franceses e participou nas festas populares e nas manifestações religiosas mais significativas. Foi um observador atento, prudente e repleto de confiança nas novas iniciativas pastorais do episcopado e do clero na França. Distinguiu-se sempre pela busca da simplicidade evangélica, inclusive nos assuntos diplomáticos mais complexos. Procurou agir sempre como sacerdote em todas as situações, animado por uma piedade sincera, que se transformava todos os dias em prolongado tempo a orar e a meditar.

Em 1953 foi criado Cardeal e enviado a Veneza como Patriarca, realizando ali um pastoreio sábio e empreendedor e dedicando-se totalmente ao cuidado das almas, seguindo o exemplo dos seus santos predecessores: São Lourenço Giustiniani, primeiro Patriarca de Veneza, e São Pio X.

Depois da morte de Pio XII, foi eleito Sumo Pontífice a 28 de Outubro de 1958 e assumiu o nome de João XXIII. O seu pontificado, que durou menos de cinco anos, apresentou-o ao mundo como uma autêntica imagem de bom Pastor. Manso e atento, empreendedor e corajoso, simples e cordial, praticou cristãmente as obras de misericórdia corporais e espirituais, visitando os encarcerados e os doentes, recebendo homens de todas as nações e crenças e cultivando um extraordinário sentimento de paternidade para com todos. O seu magistério foi muito apreciado, sobretudo com as Encíclicas "Pacem in terris" e "Mater et magistra".

Convocou o Sínodo romano, instituiu uma Comissão para a revisão do Código de Direito Canónico e convocou o Concílio Ecuménico Vaticano II. Visitou muitas paróquias da Diocese de Roma, sobretudo as dos bairros mais novos. O povo viu nele um reflexo da bondade de Deus e chamou-o "o Papa da bondade". Sustentava-o um profundo espírito de oração, e a sua pessoa, iniciadora duma grande renovação na Igreja, irradiava a paz própria de quem confia sempre no Senhor. Faleceu na tarde do dia 3 de Junho de 1963.

O Papa João Paulo II beatifica-o a 3 de Setembro de 2000.

http://evangelhoquotidiano.org/main.php?language=PT&module=saintfeast&id=11948&fd=0

segunda-feira, 28 de abril de 2014

Papa San Giovanni XXIII "incallito tradizionalista"

Giovanni XXIII incallito tradizionalista?
di Vincenzo Sansonetti
Segnalato da Rafminimi

Pur non condividendo la figura di un Giovanni XXIII "incallito tradizionalista", pubblichiamo volentieri un articolo di Vincenzo Sansonetti, se non per altro, almeno per evidenziare come idee e provvedimenti tradizionali, oggi tanto perseguitate e condannate, erano idee del Papa e della Chiesa fino al Concilio Vaticano II, dove una minoranza modernista e progressista, imponendosi con colpi di mano e atteggiamenti e metodi della peggiore genia mafiosa, riuscì a prendere in mano le redini del potere e instaurare il regime dell'antichiesa, dell'apostasia, del tradimento, del giudaismo [ATTENZIONE! giudaismo dal traditore Giuda, non dal popolo giudeo] più sfacciato, regime del quale tutt'ora subiamo la violenza e le nefaste applicazioni.
Sottolineatur, grassetti e colori sono nostri.

L'anno della beatificazione (il 2000) ha costituito l'occasione per una nuova serie di ricerche e pubblicazioni rigorose sulla sua vita e il sue operato, dopo che per anni, forse decenni, era mancato un approfondimento documentato e puntuale. Ma tali studi, purtroppo, sono stati presto dimenticati e messi da parte, complici anche due sciagurati film per la tv in cui Rai e Mediaset hanno fatto a gara per semplificarne eccessivamente la figura, alimentando i luoghi comuni su di lui, fino al punto di inventare persone e circostanze. Così, quest'anno, il 2003, l'anno del quarantesimo dalla morte e della pubblicazione della "Pacem in Terris" (l'enciclica diventata più famosa, non necessariamente il documento più significativo del suo pontificato), si e rifatto vivo il "partito" di chi usa a piacimento Papa Roncalli per sostenere le proprie (gracili) idee politiche e le proprie (banali) concezioni ecclesiali.
Noi vorremmo invece attenerci al pieno rispetto della verità storica, tutta intera.
Non è corretto, infatti, creare a posteriori la rappresentazione falsata di un personaggio, sottolineando in maniera esasperata solo alcuni aspetti della sua biografia, quelli più convenienti, e tacendone al contrario altri, quelli, come oggi si dice, meno "politicamente corretti". Proviamo a fare alcuni esempi, facendo emergere in tal modo quasi un Papa Giovanni sconosciuto, segreto, in realtà censurato e obliato.

La disciplina del clero
Il 25 gennaio 1959, nella basilica di San Paolo Fuori le Mura, Giovanni XXIII non dà solo l'annuncio inatteso della sua intenzione di convocare un nuovo Concilio; comunica anche l'imminenza di un Sinodo per la diocesi di Roma (il Papa ha anche la responsabilità episcopale della diocesi di Roma), che dirigerà personalmente dal gennaio 1960. I lavori dureranno un anno, per giungere a una serie di conclusioni, contenute in 775 articoli, alcuni dei quali sorprendenti. Sulla falsariga di una disciplina del clero di tipo tradizionale, si stabiliscono regole molto rigide per i preti: nessun sacerdote della diocesi di Roma può frequentare sale cinematografiche, lo stadio e altri locali pubblici, è proibito viaggiare in automobile con una donna, anche quando si tratta della madre o di una sorella; si pretende la sobrietà del vitto ed è obbligatoria la veste talare.


Oggi invece dobbiamo subirci francescani in discoteca o presidenti di giurie da miss, scalmanate suore allo stadio, pretonzoli in compagnia di prostitute (per aiutarle..., non per convertirle!), faccioni immagine della sazietà, preti, vescovi e cardinali in tenute (non abiti) tanto trasandate da nauseare... anche per il senso di irriverenza e di profanazione del ministero che ricoprono.


Sul piano liturgico, si impone l'uso del gregoriano, i canti popolari di nuova invenzione devono essere approvati, si allontana dalle chiese ogni profanità, vietando in generale che negli edifici sacri si eseguano spettacoli e concerti, si vendano stampati e immagini, si scattino fotografie.
Si condanna ogni creatività del celebrante, "che farebbe scadere l'atto liturgico, che è atto di Chiesa, a semplice esercizio di pietà privata". L'antico rigore viene stabilito anche circa gli spazi sacri, vietando alle donne l'accesso al presbiterio.
Ma queste norme, a cui tanto teneva il Beato Giovanni XXIII, alla fine rimasero lettera morta. Le conclusioni del Sinodo Romano, che doveva prefigurare il Concilio, caddero subito nell'oblio, e lo stesso Concilio, dove le voci "progressiste" prevalsero anche sui voleri del Papa, non le citerà neppure una volta, quasi non fossero neppure mai esistite.
Altro che orripilanti canti moderni, privi di alcuna melodia e dal senso financo equivoco. In chiesa oggi si balla, si danza, si gioca, si fa speccacolo, si fanno concerti e soprattutto si battono le mani, per ogni cretinata e financo nelle circostanze meno appropriate (quali sono quelle dei defunti). In chiesa oggi si vendono tutti i tipi di giornale, in particolare quel "Famiglia Cristiana" che fa tanta concorrenza ai più sporchi rotocalchi (vincendo spesso in bruttezza e sconcezza, d'immagini e di argomenti), un giornale che non ha più niente di cristiano. Le foto poi immortalano spesso certi baci hollywoodiani dati sull'altare da sensuali sposini.
Le donne oggi non solo hanno libero accesso al presbiterio, non solo fanno da chierichette, ma, novelle sacerdotesse di un cristianesimo molto paganeggiante, affiancano il celebrante sull'altare e hanno libero accesso alle Ostie Consacrate che maneggiano e distribuiscono con la più irriverente disinvoltura...
Proprio Roncalli, quando era nunzio a Parigi non volle essere fotografato in compagnia della anzianissima madre badessa di un convento, perché, affermava che MAI E POI MAI il prete deve essere accostato ad un donna, chiunque essa sia.

La lingua latina nella liturgia
Forse la più importante disposizione del Sinodo Romano è la solenne conferma dell'uso del latino nella liturgia, come lingua ufficiale e universale della Chiesa. Capitolo spinoso, e inquietante, quello del latino, la "lingua propria della Chiesa con la Chiesa perpetuamente congiunta" (come l'ha definita lo stesso Giovanni XXIII). Esiste una Costituzione apostolica di Papa Roncalli, praticamente sconosciuta e ignorata dalle biografie, la Veterum Sapientia, l'atto più solenne, come egli volle, del suo pontificato, al punto che la promulgazione, il 22 febbraio 1962, avvenne in San Pietro al cospetto del collegio cardinalizio e di tutto il clero romano. La Costituzione apostolica, interamente dedicata allo studio del latino, confermava la continuità della cultura cristiana con la cultura classica del mondo ellenico e romano, perché le lettere cristiane sono, sin dai primordi, lettere greche e lettere latine. Ma è nella sua parte pratica e dispositiva, non solo in quella dottrinale, che la Veterum Sapientia si rivela di una fermezza esemplare. Il Papa ordina ai vescovi di vigilare a che nessun 'novatore" s'attentasse di scrivere una parola contro la "lingua cattolica". A proposito degli studi ecclesiastici, stabilisce che si ridia il giusto spazio al greco e al latino, a costo di accorciare le discipline del cosiddetto cursus laicale; nei seminari le scienze fondamentali, come la dogmatica e la morale, vanno insegnate in latino, seguendo manuali scritti in latino, e "chi tra gli insegnanti apparisse incapace o renitente alla latinità, si rimuova entro un congruo tempo"!

Il dissenso all'interno della Chiesa
Guardando con attenzione nel pontificato di Giovanni XXIII, ci sono altri esempi di comportamenti che potremmo continuare a definire, con la mentalità di oggi, "politicamente non corretti". In relazione al dissenso all'interno della Chiesa, così vivo in quegli anni, contrastano con lo stereotipo del Papa "progressista" che ci siamo fatti, almeno due episodi. Il primo è la censura del Sant'Uffizio contro il libro di don Lorenzo Milani Esperienze pastorali, condiviso da Roncalli. Venti giorni prima della sua elezione a Papa, scrivendo al vescovo di Bergamo, l'allora Patriarca di Venezia afferma: "Ha letto, Eccellenza, la Civiltà cattolica del 20 settembre circa il volume Esperienze pastorali? L'autore del libro deve essere un povero pazzerello scappato dal manicomio. Guai se si incontra con qualche pazzerello della sua specie! Ho veduto anche il libro. Cose incredibili". L' altro provvedimento è il monito del Sant'Uffizio, pubblicato il 30 giugno 1962 [<http://www.paginecattoliche.it/Theilard-Osservatore.htm>, ndr] con il consenso del Papa, contro le ultime opere del discusso teologo e paleontologo francese Pierre Teilhard de Chardin, il gesuita-scienziato morto nel 1955, a 74 anni: "Fa troppo spesso un'indebita trasposizione", si sostiene, "dei termini e dei concetti della sua teoria evoluzionistica sul piano metafisico e teologico". Alzino la mano i teologi che hanno tenuto conto di questo giudizio condiviso dal Papa "buono"
Vincenzo Sansonetti.
Vedasi l'articolo collegato: La bontà di Giovanni XXIII


Bibliografia
Vincenzo Sansonetti, Un santo di nome Giovanni, Sonzogno, Milano 2000.
Andrea Tornielli, Vita di un Padre Santo, Gribaudi, Milano 2000.
Alessandro Gnocchi e Mario Palmaro, Formidabili quei Papi, Pio IX e Giovanni XXIII: due ritratti in controluce, con prefazione di Luigi Negri, Ancora, Milano 2000.
(c) Il Timone n. 27, Settembre/Ottobre 2003
http://www.kattoliko.it/leggendanera/chiesa/giovanni23.htm

FONTE+

LE APPLICAZIONI DEL VATICANO II OPPOSTE ALLE INTENZIONI DI GIOVANNI XXIII

ANNUNCIO DEL CONCILIO

Papa Giovanni XXIII annuncio del concilio
LE APPLICAZIONI DEL VATICANO II OPPOSTE ALLE INTENZIONI DI GIOVANNI XXIII

RICONOSCIMENTI DELLO SMARRIMENTO


A) Paolo VI, Seminario lombardo in Roma, Oss. Rom., 7 dicembre 1968: "La Chiesa si trova in un'ora inquieta di autocri­tica, si direbbe di autodemolizione. È come un rivolgimento acuto e complesso che nes­suno si sarebbe atteso dopo il Concilio. La Chiesa quasi quasi viene a colpire se stessa".

B) Paolo VI, Oss. Rom., 30 giugno 1972: ".... da qualche parte il fumo di Satana è entrato nel tempio di Dio". /.../ "Anche nella Chiesa regna questo stato di incertezza. Si credeva che dopo il Concilio sarebbe venuta una giornata di sole per la storia della Chiesa. E venuta invece una giornata di nuvole, di tempesta, di buio".

C) Paolo VI, Oss. Rom., 18 luglio 1975. Più che l'assalto esterno, percuote la Chiesa, l'interiore dissoluzione: "Basta con il dissenso interiore alla Chiesa. Basta con una disgregatrice interpretazione del pluralismo. Basta con l'autolesione dei cattolici alla loro indispensabile coesio­ne. Basta con la disobbedienza qualificata come libertà".

D) Papa Giovanni Paolo II in oc­casione di un convegno per la Missioni al popolo, affermò: "Bisogna ammettere reali­sticamente e con profonda e sofferta sen­sibilità che i cristiani, oggi, in gran parte, si sentono smarriti, confusi, perplessi e perfino delusi; si sono sparse a piene mani idee contrastanti con la Verità rivelata e da sempre insegnata; si sono propagate vere e proprie eresie, in campo dogmatico e mo­rale, creando dubbi, confusioni, ribellioni; si è manomessa la Liturgia; immersi nel "relativismo" intellettuale e morale, e perciò nel permissivismo, i cristiani sono tentati dall'ateismo, dall'agnosticismo, dall'illumi­nismo vagamente moralistico, da un cristia­nesimo sociologico, senza dogmi definiti e senza morale oggettiva" (Oss. Rom., 7 feb­braio 1981).

MUTAZIONE SOSTANZIALE?


/.../ Può esserci una Chiesa sostanzialmente nuova? Qui c'è un'idea impossibile nella Tradizione cattolica: l'idea che il divenire storico della Chiesa, possa essere un divenire di fondo, UNA MUTAZIONE SOSTAN­ZIALE, un cambiamento da "tutt'altra" in "tutt'altra". Invece nel divenire della Chie­sa cambiano le forme accidentali e le con­giunture storiche, ma resta identica e sen­za innovazioni sostanziali, la sostanza della religione. La sola novità che l'ecclesiologia ortodossa conosca è la novità escatologica con "nuova terra e nuovo cielo", in cui la creazione è liberata dall'imperfezione, non dal limite del peccato mediante la giustizia delle giustizie. La Chiesa diviene, ma non muta. Non si dà, in essa, novità radicale. Se la fede cattolica si mutasse da tutt'altro in tutt'altro, non ci sarebbe più l'identico soggetto, ci sarebbero due soggetti sostan­zialmente differenti e morrebbe la continu­ità tra Chiesa presente, passata e futura. Ci sono mutazioni nel tempo solo accidenta­li, non già nella sostanza. Di questa sostan­za "non passerà uno iota". Nemmeno uno iota muterà. Theilard de Chardin non può preconizzare un andare del Cristianesimo oltre se stesso, perché questo significherebbe morire.

CONCILIO OPPOSTO ALLA PREPARAZIONE


Il Vaticano II ebbe risultati contrari a quel­li indicati dalla sua preparazione. La pre­parazione al Concilio (durata 2-3 anni) fu subito e interamente messa da parte. (nota 5 = Questo fatto, dalle opere che fanno la storia del Concilio, è taciuto o esaltato come una grande vittoria). Il Concilio nasce da se medesimo, indipendentemente e contro la preparazione che era stata fatta, sotto la presidenza di Giovanni XXIII. I fatti riuscirono diffor­mi dalla preparazione. Vene di pensiero modernista c'erano già in qualche punto della fase preparatoria. Esse però non impregnarono l'insieme degli schemi preliminari così pro­fondamente e distintamente come avvenne nei documenti finali del Concilio.

A) Così, ad esempio, la flessibilità della Liturgia alle varie indoli nazionali era pro­posta nello schema della liturgia, ma era ristretta solo ai territori di missione e non si faceva menzione dell'esigenza tutta soggettiva di una creatività del celebrante.

B) La pratica dell'assoluzione comu­nitaria, allargata a scapito della confessione individuale, era proposta nello schema "de sacramentis".

C) Perfino l'ordinazione presbite­rale di uomini sposati (non però quella di donne!) trovava posto nello schema "de ordine sacro".

D) Lo schema "de libertate religiosa" (Card. Bea) avanzava, in sostanza, la grande novità che venne infine adottata, facendo uscire, sembra, la dottrina dalla via co­mune, da sempre professata dalla Chiesa Cattolica.

E) Nello schema "de disciplina cleri" contemplava l'inabilitazione e la rimozione di vescovi e presbiteri, toccata una data età. (Motu proprio "Ingravescentem ae­tatem", riguarda i Cardinali ottuagenari)

F) Un votum particolare circa la tala­re, diede adito al costume di vestire alla lai­cale, dissimulando la differenza specifica del prete dal laico e facendo cadere persino la prescrizione che faceva obbligo della tala­re durante le funzioni ministeriali.

C'era chi voleva innovare l'educazione del clero. Schema "de sacro rum alumnis for­mandis". La Chiesa ha sempre operato per formare preti secondo un principio pecu­liare corrispondente alla peculiarità onto­logica e morale del loro stato consacrato. (NA.R. = se i preti sono ontologicamente diversi, cioè ricevono un dono che altri non hanno, è chiaro che devono essere formati in modo diverso da chi non possiede la loro specificità, il loro dono unico, originale e irriducibile ad altri doni = N.d.R.) . Nello schema, invece, si chiedeva una formazione del clero che fosse assimilata, quanto più possibile, alla formazione dei laici.(sic!) Per questo la "ratio studiorum" dei seminari doveva esemplarsi su quella degli Stati e, in generale, la cultura del clero doveva smettere ogni originalità rispetto a quella dei laici. Il motivo (prevalente poi, in Concilio) era che gli uomini di Chiesa si devono con­formare al mondo (sic!) per potere esercitare sul mondo la loro azione di insegnamento e di santificazione. La Chiesa contemporanea cerca infatti "alcuni punti di convergenza tra il pensiero della Chiesa e la mentalità carat­teristica del nostro tempo" (Oss. Rom. 25 luglio 1974).

G) Anche circa la "riunione dei cri­stiani non cattolici", si fece sentire la voce di chi pareggiava i protestanti (senza sa­cerdozio, senza gerarchia, senza successione apostolica e senza sacramenti) agli ortodos­si aventi invece quasi tutto in comune coi cattolici, fuorché primato e infallibilità. Pio IX aveva fatto nettissima distinzione: inviò messi apostolici a portare lettere invitatorie ai patriarchi orientali, ma non riconobbe come Chiese le varie confessioni prote­stanti, riguardate come pure associazioni e inviò un appello "ad omnes protestantes", non perché intervenissero al Concilio, ma affinché tornassero all'unità da cui si erano allontanati. L’atteggiamento invece affiorato nella preparazione poggiava sopra un'impli­cita parziale parità tra cattolici e acattolici; esso riuscì minoritario nella fase preparato­ria, ma ottenne poi che si invitassero, come "osservatori", i protestanti, indistinti dagli ortodossi ed esercitò la sua influenza nel de­creto sull'ecumenismo.

H) C'era un generale ottimismo nel­la diagnosi e nei pronostici nella minoran­za della Commissione centrale preparatoria. Che l'aumento delle scoperte scientifiche (la tecnica in cui s'identifica la civiltà mo­derna) corrisponda al regno della dignità e della felicità umana, fu affacciato nello schema "de Ecclesid", al Cap. 5 "de laicis", ma impugnato dalla maggioranza che in­sisteva sul carattere adiaforo dei progressi tecnici: questi non garantiscono, di per se, un aumento della moralità. Eppure questo argomento della dominazione della terra per mezzo della tecnica, verrà sacralizzato (cfr. § 218) nei documenti definitivi e investirà tutto il pensiero teologico post-conciliare.

Elevare la tecnica a forza civilizzatrice e mo­ralmente perfezionatrice dell'uomo, non solo è uno sbaglio in sé, ma partoriva l'idea del solo progresso inarrestabile del mondo e questo gran vento di ottimismo (NAR. = anche da questo si vede che i documenti sono almeno datati e vanno corretti c/o al­meno aggiornati = N.d.R.)

Questo "ottimismo ingenuo" doveva pre­siedere alle formulazioni assembleari e oscu­rare la visione reale dello stato del cattoli­cesimo.

I) Per avere un'idea chiara di questo strano atteggiamento riferiamo le critiche che un Padre della Commissione centra­le preparatoria opponeva alla descrizione troppo fiorita della situazione del mondo e della situazione della Chiesa nel mon­do (NAR. = è evidente quindi che questo era il clima e la mentalità e che esso esisteva già da tempo e che voleva impregnare di sé i documenti del Concilio = N.d.R.): "Non approvo la descrizione fatta qui con tanta esultanza dello stato presente della Chie­sa, ispirata a mio avviso più alla speranza che alla verità. Perché infatti parli di aumen­to del fervore religioso? O in confronto a quale epoca intendi? Non si devono forse tener in conto le statistiche secondo cui la fede cattolica, il culto divino e i pubblici costumi, declinano e rovinano? Lo stato generale delle menti non è forse alieno dalla religione cattolica, essendo separati lo Stato dalla Chiesa, la filosofia dalla fede, l'in­dagine scientifica dalla riverenza verso il Creatore e lo sviluppo tecnico dall'ossequio alla legge morale? Non soffre forse la Chie­sa per la penuria di clero? Molte parti della Santa Chiesa non sono forse conculcate dai Giganti e dai Minotauri che insuperbisco­no nel mondo? Oppure, come nella Cina, sono travagliate dallo scisma? Le nostre missioni, piantate e irrigate con tanto zelo e carità, non le ha forse devastate il nemi­co? L’ateismo non viene forse oggi celebrato non più solo dai singoli ma stabilito, cosa assolutamente inaudita, per legge da intere nazioni? Il numero dei cattolici, non decre­sce proporzionalmente ogni giorno, mentre si espandono smisuratamente Maomettani e Gentili? Noi, infatti, che eravamo poco fa un quarto del genere umano, siamo ri­dotti ad un quinto. E non è forse vero che i nostri costumi paganeggiano col divorzio, l'aborto, l'eutanasia, la sodomia e con Mam­mona?".

IL SINODO ROMANO


Quesito paradosso (esito difforme da quello preordinato, previsto, a cui preludeva) del Concilio, rispetto alla sua preparazione, appare anche da tre fatti principali: 1) la fallacia delle previsioni fatte dal Papa e dai preparatori del Concilio; 2) l'inutilità effet­tiva del Sinodo Romano indetto da Giovan­ni XXIII come anticipazione del Concilio; 3) la nullificazione, quasi immediata, della Enciclica "Veterum sapientia" che prefigu­rava la fisionomia culturale della Chiesa del Concilio.

1) Papa Giovanni XXIII aveva prepa­rato il Concilio con un atto di rinnovamen­to e di adeguamento funzionale della Chiesa e pensava di poterlo concludere entro pochi mesi (Nota 11 - Questo risulta dalla positio dell'istruttoria preliminare del processo di beatificazione, ma risulta anche dalle parole del Papa stesso nell'udienza del 13/10/1962 che faceva credere potersi il Concilio con­cludere a Natale), forse come il Laterano I, sotto Callisto II nel 1123, quando 300 Vescovi lo finirono in 19 giorni, o forse come il Laterano II sotto Innocenzo II, nel 1139,*;con 1000 Vescovi che lo finirono in 17 giorni. Fu invece aperto l'11/10/1962 e chiuso 1'8/12/1965, durando così, discon­tinuatamente, tre anni. Il rovesciamento delle previsioni nacque dall'essere abortito il Concilio quale era stato preparato e dall'es­sersi successivamente elaborato un Concilio difforme dal primo e per così dire generatosi da sé stesso e, come dicevano i Greci, auto­ghenes. (cfr. pp. 48-49).

TEMI DEL SINODO ROMANO


Fu ideato e convocato da Giovanni XXIII come un atto solenne previo al Concilio, di cui doveva essere una prefigurazione ed una realizzazione anticipata. Così dichiarò testualmente il Papa stesso nell'allocuzione al clero e ai fedeli di Roma il 29 giugno 1960. L'importanza, dunque, oltrepassa­va l'ambito della Diocesi di Roma e vo­leva abbracciare tutta la Chiesa. La sua importanza veniva paragonata a quella che rispetto al Concilio di Trento avevano avuto i Sinodi provinciali celebrati da San Carlo Borromeo. Si riproponeva l'antico adagio che vuole comporsi tutta la Chiesa Catto­lica sul modello della Chiesa romana. Nel­la mente di Papa Giovanni XXIII il Sinodo era destinato ad avere un effetto esempla­re grandioso: apparve anche dal fatto che ordinò subito che i testi fossero tradotti in italiano e in tutte le principali lingue.

I testi del Sinodo Romano, che furono promulgati il 25, 26 e 27 gennaio 1960, sono una reversione (ripresa, ritorno ????), totale all'essenza propria della Chiesa, all'essen­za, intendiamo, non pure soprannaturale (questa non si può perdere), ma dell'essen­za storica della Chiesa, un ritiramento (per dire con Machiavelli) dell'istituzione verso i suoi principii. In tutti gli ordini della vita ecclesiale, infatti, il Sinodo proponeva una vigorosa restaurazione. La disciplina del cle­ro era modellata sullo stampo tradizionale, maturato dal Tridentino e fondato sui due principii, sempre professati e sempre pra­ticati.

1) Il primo è quello della peculiarità della persona consacrata e abilitata sopran­naturalmente a esercitare le operazioni di Cristo, e quindi inconfusibilmente sepa­rata dai laici (sacro equivale a separato). Il Sinodo prescriveva ai sacerdoti tutto uno stile di condotta nettamente differenziato dalle maniere laicali. Tale stile esige l'abito ecclesiastico, la sobrietà del vitto, l'asten­sione dai pubblici spettacoli, la fuga delle profanità. Della formazione culturale del clero era similmente riaffermata l'originalità e si delineava il sistema che l'anno dopo il Papa sanzionò solennemente nell'Encicli­ca "Veterum Sapientia". Il Papa Giovanni XXIII ordinò anche che si ripubblicasse il "Catechismo" del Concilio Tridentino, ma l'ordine non fu accolto. (NA.R. = eviden­temente il partito dei modernisti e dei disobbedienti era attivo e funzionava già prima del Vaticano II = N.d.R.) Soltanto nel 1981, per iniziativa privata, se ne ebbe in Italia una traduzione (cfr. Oss. Rom., 5-6 luglio 1982)

2) Il secondo principio, conseguente al primo, è quello dell'educazione ascetica e della vita sacrificata, che differenzia il clero come ceto (ma anche il laicato, è chiama­to a vivere la dimensione ascetica della vita cristiana).

LEGISLAZIONE LITURGICA DEL SINODO


Non meno significante è la legislazione li­turgica del Sinodo Romano:

a) Si conferma solennemente l'uso del latino,

b) si condanna ogni creatività del ce­lebrante che farebbe scadere l'atto liturgico, che è atto della Chiesa Cattolica, a semplice esercizio di pietà privata,

c) si indica l'urgenza e la necessità di battezzare i bambini quanto prima.

d) Si prescrive il tabernaco­lo nella forma e nel luogo tradi­zionale,

e) si comanda il canto gre­goriano,

f) si sottopongono all'ap­provazione dell'Ordinario i canti popolari di nuova invenzione,

g) si allontana dalle Chie­se ogni profanità, vietando in ge­nerale che dentro l'edificio sacro si eseguano spettacoli e concerti, si vendano stampati ed immagini, si dia campo ai fotografi, si accendano pro­miscuamente lumi (si dovrà commettere al prete di farlo).

Il rigore antico del sacro viene ristabilito an­che circa gli spazi sacri, vietando alle don­ne l'accesso al presbiterio. Infine gli altari facciali sono concessi solo per eccezione che spetta al Vescovo diocesano di concedere. Ognuno può constatare come una tale mas­siccia reintegrazione della disciplina antica voluta dal Sinodo fu quasi in ogni articolo contraddetta e smentita dal Vaticano II. E così il Sinodo Romano, che doveva essere prefigurazione e norma del Concilio Vati­cano Il, precipitò in pochi anni nel più as­soluto oblio ed è in verità "tamquam non fuerit" .

(Nota 12 - In Oss. Rom., 4 giugno 1981, si scrisse, addirittura, che il rinnovamento della Chiesa fu cominciato da Giovanni XXIII con la celebrazione del Sinodo Ro­mano e con la celebrazione del Concilio e che "i due finiscono per amalgamarsi". Sì, se amalgamare significa annientare. Il Sino­do romano non è citato dal Concilio Vatica­no II neppure una volta). Per dare un saggio di questa nullificazione del Sinodo romano osserverò che, avendo io cercato, in Curie e archivi diocesani, i testi del Sinodo Roma­no, non ve li trovai e dovetti estrarli da pub­bliche biblioteche civili (cfr. pp. 49-51) .

"VETERUM SAPIENTIA"


L’uso della lingua latina è, non metafisica­mente, ma storicamente, connaturato alla Chiesa Cattolica. Esso costituisce inoltre un mezzo e un segno primario della continu­ità storica della Chiesa. E siccome non c'è interno senza esterno e tale "interno" sorge, fluttua, si innalza, si abbassa insieme con l'esterno, è sempre stata persuasione della Chiesa che l'esternità del latino si dovesse conservare perpetuamente per preservare l'interno della Chiesa. /.../ La rovina del­la latinità conseguita al Vaticano II si ac­compagnò infatti a moltissimi sintomi di quell'autodemolizione della Chiesa depre­cata da Paolo VI. Anche qui salta agli occhi la frattura tra l'ispirazione preparatoria data al Concilio e il risultato effettivo di esso.

Con l'enciclica "Veterum sapientia", Gio­vanni XXIII intendeva operare un ritorno ("ritiramento") della Chiesa ai suoi princi­pii, essendo questa ripresa dei principi fon­damentali, nella mente del Papa, la vera condizione del rinnovarsi della Chiesa nella propria peculiare natura nel presente "ar­ticulus temporum". Il Papa attribuì al do­cumento un'importanza specialissima e volle rivestita la sua promulgazione di una solennità che non ha pari nella storia di questo secolo: in San Pietro, al cospetto del collegio Cardinalizio e di tutto il clero roma­no. L’Enciclica, tecnicamente, fu annientata dall'oblio nel quale fu fatta cadere immedia­tamente (NA.R. = evidentemente il partito dei modernisti e dei disobbedienti era atti­vo e funzionava già prima del Vaticano II = N.d.R.) ed ebbe un insuccesso storico. Ma la sua importanza rimane (i valori non sono tali solo e se perché accettati): la sua impor­tanza è data dalla perfetta consonanza con l'individualità storica della Chiesa.

A) Eenciclica è anzitutto un'afferma­zione di continuità. (NAR. = ricordiamo che Lutero volle l'abbandono del latino principalmente e in modo strumentale per allontanare le masse da Roma, dal papato = N.d.R.). C'è continuità con la letteratura greca e latina perché le lettere cristiane sono, sin dai primordi, lettere greche e let­tere latine. Gli incunaboli del Libro Sacro sono greci; i simboli di fede più antichi sono greci e latini; la Chiesa di Roma dalla metà del secolo III è tutta latina, parla in latino; i Concili dei primi secoli non hanno altro idioma che il greco. Questa è una continui­tà interna alla Chiesa che concatena tutte le sue epoche. Ma vi è poi una continuità, per dir così, esterna che travalica l'era cristiana e va a ripigliare tutta la sapienza gentilesca. La dottrina dei Padri greci e latini, richiamata dal Pontefice con un testo di Tertulliano è che vi è continuità tra il mondo di pensie­ro in cui visse la sapienza antica ("Veterum sapientia") e il mondo di pensiero elabora­to dopo la rivelazione del Verbo incarnato. /.../ La cultura cristiana è, in qualche modo, preparata ed aspettata obbedienzialmente, come dissero i medievali, dalla sapienza an­tica, perché nessuna verità, nessuna giusti­zia, nessuna bellezza è estranea alla cultura cristiana. Essa é, dunque, non opposta, ma consentanea alla cultura antica e si e sem­pre sostenuta in essa, non solo facendosela ancella e giovandosene funzionalmente, ma portandola in grembo. Però questo rapporto richiede che si mantenga ferma la distinzio­ne tra razionale e sovrarazionale e che si eviti di cadere nel naturalismo e nello storicismo. S. Agostino afferma questa continuità in modo assoluto e universale: "Infatti quella realtà stessa che oggi si chiama religione cri­stiana, già esisteva negli antichi e non mancò mai dagli inizi del genere umano" (Retract., 1, cap. 13).

B) La parte pratica e dispositiva della "Veterum sapientia" è di una fermez­za che è l'espressione e l'applicazione di una cristallina dottrina. I punti decisivi sono proprio quelli che, per la successiva papale desistenza, ne determinarono la nullificazio­ne.

1) La "ratio studiorum" ecclesiastica riacquista la propria originalità fondata sul­lo specifico dello "homo clericus"; si de­cide che si risostanzi l'apprendimento delle discipline tradizionali, massime il latino e greco;

2) Che per ciò ottenere si espungano e si raccorcino le discipline del "cursus" laicale che, per una tendenza assimilativa si erano andate introducendo o ampliando (NA.R. = invece la Gaudium et spes, pre­scriverà che nelle scienze sacre bisogna in­trodurre psicologia e sociologia, addirittura per avere una fede più matu­ra, cfr. Gaudium et spes, n. 61 e: "Nella cura pastorale si conoscano sufficientemen­te e si faccia buon uso non soltanto dei principi della teologia, ma anche delle scoperte delle scienze pro­fane, in primo luogo della psicologia e della sociolo­gia, cosicché anche i fedeli siano condotti ad una più pura e matura vita di fede" = N. d. R.).

3) Prescrive che nei semi­nari le scienze fondamentali, come la dog­matica e la morale, si professino in latino, seguendo manuali parimenti latini;

4) Che chi tra gli insegnanti apparisse incapace o renitente alla latinità, si rimuova entro un congruo tempo.

5) A coronamento della Costituzione apostolica, destinata a procurare una ge­nerale reintegrazione della latinità nella Chiesa, il Papa decretava l'erezione di un Istituto superiore di latinità, che avrebbe dovuto formare latinisti per tutta la Chie­sa e curare un lessico del latino moderno. (Nota 15: "La disfatta del latino nella chiesa post-conciliare è al contrario manifesta. Per­sino nel Congresso internazionale tomistico del 1974 il latino non figurava tra le lingue ammesse. Non c'è dubbio che c'è stato il passaggio ad una Chiesa multilingue ma aliena dal latino"). La "Veterum sapientia", che toccava un punto storicamente essenzia­le del cattolicesimo, richiedeva una grande virtù di obbedienza da parte di tutti, so­prattutto degli organi esecutivi. Occorreva una grande forza pratica per fare applicare la riforma chiedendo, tra l'altro, agli insegnan­ti di conformarsi o dimettersi. Invece la ri­forma degli studi ecclesiastici fu osteggiata da molti lati (in molti ambiti) e con vari motivi (in vari modi), massimi nella pro­vincia tedesca (in Germania) con un libro del Winninger che ebbe addirittura la prefazione del vescovo di Strasburgo. La riforma degli studi ecclesiastici di Giovanni XXIII fu in breve tempo annientata. Il Papa, che prima spingeva per la sua attuazione, or­dinò che non se ne esigesse più l'esecuzione; quelli a cui toccava, per ufficio, di renderla operativa, assecondarono la fiacchezza pa­pale e la "Veterum sapientia", di cui erano state tanto esaltate l'opportunità e l'utilità, fu del tutto cancellata e non citata in alcun documento conciliare.

(NAR. = evidentemente il partito dei modernisti e dei disobbedienti era attivo e funzionava già prima del Vaticano II = Era già pronto ed operativo tutto il programma e la macchina organizzativa per far deviare il Concilio in senso modernista = N.d.R.)

In alcune biografie di Giovanni XXIII se ne tace del tutto come se non fosse mai esistita, mentre i più zelanti la menzionano soltanto come un errore. E non c'è nella storia di tut­ta la Chiesa un documento così solennizzato e così gettato alle ortiche. Resta da stabilire se la sua cancellazione "de libro viventium" è stata la conseguenza di una mancanza di saggezza nel pubblicarla o se è invece stato l'effetto di una mancanza di intrepidezza (fermezza-coraggio) nell'esigerne l'esecuzio­ne. II Card. Siri, in un'intervista pubblicata dal mensile "30 Giorni", riferì dell'esisten­za di un gruppo di "contro impostazione" al Concilio che operava dentro il Concilio con l'aiuto esterno di stampa e media, che lavorava contro la linea e il programma di Giovanni XXIII e che si riunì già prima del Concilio in una certa parte dell'Europa. At­traverso questo gruppo si è manifestata una chiara volontà di manipolare e stravolgere il Concilio (cfr. Fede e Cultura, Giugno 2009, pp. 29-31). Un'ulteriore e diremmo definitiva prova viene dalla confessione di uno dei "congiurati", riferita da un inso­spettabile scrittore che era il preferito di Paolo VI: Jean Guitton. L’accademico di Francia così infatti riferisce: "L’indomani faccio visita al card. Tisserant, che è irritato con Giovanni XXIII. Mi fa vedere un qua­dro, dipinto da sua nipote sulla base di una fotografia, che rappresenta una riunione di cardinali prima del concilio. Vi si vedono sei o sette porporati attorno al presidente, che è Tisserant: "Questo quadro è storico, o piut­tosto è simbolico. Rappresenta la riunione che noi abbiamo avuto prima dell'apertura del concilio, dove noi abbiamo deciso di bloccare la prima sessione, rifiutando le re­gole tiranniche stabilite da Giovanni XXIII" (Jean Guitton, Paolo VI segreto, San Pao­lo, (1985) Quarta edizione 2002, p. 115). ["Ce tableau est historique ou plutòt il est symbolique. Il représent la réunion que nous avions eu avant l'ouverture du Concile où nous avons décidé de bloquer la premiè­re séance en refusant des règles tyranniques établies par Jean XXIII" (Paul VI, secret, Pa­ris, 1979, p. 123)1. Chi erano gli altri por­porati presenti a quel "consiglio di guerra"? Non è difficile immaginare chi facesse parte di quei "noi", visto che al Concilio, in quel­la prima sessione qualcuno di quel "noi" si impegnò pubblicamente e concretamente a farla fallire quella sessione. (Tratto da: Fede e Cultura)